Permacultura

Volver al origen para diseñar el futuro

La  permacultura nace como respuesta práctica a una pregunta urgente: ¿cómo producimos alimentos y cuidamos el territorio sin agotar la base de la vida? El término fue acuñado a finales de los años 70 por Bill Mollison y David Holmgren en Tasmania, combinando permanent y agriculture para proponer un sistema de diseño que integra agricultura, agua, energía, arquitectura bioclimática y comunidad. Su primer libro, Permaculture One (1978), no fue una moda sino un método: observar, aprender de los ecosistemas y traducir esa lógica a fincas, barrios y cuencas.

En el corazón de la permacultura hay tres éticas sencillas y exigentes: cuidar la Tierra, cuidar a las personas y repartir excedentes/limitar el consumo. Sobre ellas se articulan numerosos principios de diseño. Aquí los sintetizamos en siete bloques operativos para trabajar en terreno:

  1. Observar e interactuar
    Antes de intervenir, escuchamos al lugar: pendientes, vientos, suelos, aguas, fauna, tiempos de la gente. La buena observación evita errores caros y revela soluciones de bajo coste.

  2. Capturar, almacenar y reciclar energía y materiales
    La finca funciona como una esponja: agua, materia orgánica, calor, semillas y conocimiento se capturan cuando abundan y se usan cuando faltan. Compostaje, acolchados, microembalses, leñeras, semilleros y datos que quedan para quien continúa la tarea.

  3. Diseñar desde patrones hacia detalles
    Primero el mapa: zonas de uso, corredores de viento y agua, bordes productivos. Luego, el detalle: qué especie, qué diámetro de tubería, qué calendario. Así evitamos “parches” y construimos sistemas coherentes y fáciles de mantener.

  4. Integrar, no segregar
    Cada elemento cumple múltiples funciones y cada función tiene varios respaldos. El gallinero no solo da huevos: maneja plagas, aporta estiércol y activa el pasto. Menos piezas sueltas, más sinergias.

  5. Soluciones pequeñas y lentas, con diversidad
    Mejor pilotos y módulos que podamos pagar, reparar y replicar. La diversidad (de cultivos, manejos, ingresos) amortigua crisis de precios o clima y reduce riesgos.

  6. Autorregulación, retroalimentación y valor de los bordes
    Medimos, comparamos y ajustamos. Los bordes—setos, lindes, contacto entre bosque y pradera—son zonas de alta productividad y aprendizaje. Cuidarlos aumenta polinización, refugio y belleza.

  7. Obtener rendimiento y adaptarse al cambio
    Un sistema sano produce (alimentos, leña, saber, empleo digno) y a la vez se adapta: nieves tardías, sequías, nuevas plagas. Diseñar es dejar espacio a la sorpresa sin perder el rumbo.


¿Por qué ahora?

Porque el clima cambia, el agua escasea, los costes suben y los márgenes del sector primario se estrechan. La permacultura no romantiza el pasado: recupera saberes (rotaciones, sombra, abono orgánico, manejo del agua) y los combina con lo mejor de hoy (monitorización sencilla, energías renovables, herramientas abiertas). Es una palanca para relocalizar parte de la economía, reducir insumos, mejorar suelos y dignificar la vida rural, manteniendo la productividad y la calidad.

Qué valores nos mueven y qué nos aportan

Nos mueven la sobriedad (hacer más con menos), la cooperación (redes vecinales, voluntariado, intercambio justo), la autonomía (decidir sobre nuestras semillas, agua y energía) y la belleza funcional de un paisaje vivo. Estos valores nos aportan resiliencia ante crisis, orgullo de oficio, ingresos más estables por diversificación y la alegría de saber que cada temporada devolvemos al suelo más de lo que tomamos.

Transformar el sector primario “para volver a los orígenes” no significa retroceder, sino reconectar con la lógica de los ecosistemas y actualizarla con herramientas accesibles. Es sembrar sistemas que cuidan la Tierra y a quien la trabaja, hoy y dentro de treinta años. Ese es el horizonte que elegimos.